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Biblioteca Hispánica

¡Si las mujeres mandasen!


En la zarzuela “Gigantes y cabezudos” compuesta por el maestro Manuel Fernández Caballero y escrita por el no menos ilustre Miguel Echegaray y Eizaguirre en 1898, con el trasfondo del regreso de los soldados derrotados en la Guerra de Cuba, se canta una jota muy famosa que dice: “Si las mujeres mandasen/ en vez de mandar los hombres/ serían balsas de aceite/ los pueblos y las naciones». A las mujeres se les reconocen, en general, todas las virtudes del buen político porque durante siglos han usado para ganar batallas “la mano izquierda” que no es otra cosa que salirse con la suya con la mayor naturalidad, sin que los varones de la familia se percaten de su propia rendición. Las armas son variadísimas, pero entran en el terreno de los consejos en susurros, que pasan de madres a hijas y que no son una lista completa que haya sido puesto por escrito en algún momento de la historia, más que nada porque forman parte de estrategias improvisadas en batallas familiares puntuales. La “artillería pesada” hay que buscarla en la retaguardia, defendida férreamente por las madres, las famosas suegras. Suelen reportar victorias cuando las hijas ponen en práctica campañas de derribo en la familia, a veces aliadas con sus propias descendientes femeninas, siguiendo los consejos maternos.

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En la historia del mundo masculinizado, capítulo aparte merece un estudio sobre las mujeres que antes de su histórica emancipación han dirigido los destinos de sus pueblos o han destacado en guerras y, sobre todo, en política. Aquí tampoco vamos a fijarnos en el numerosísimo grupo de ellas que han hecho del arte su vida  y cuya aportación al mundo de la Literatura y las Bellas Artes ha sido fundamental. Esta reflexión con motivo del Día Internacional de la Mujer quiere, más bien, poner el foco en España e Iberoamérica y curiosear en la historia para encontrar algunas mujeres excepcionales cuyas hazañas, por lo menos fascinantes en su contexto, nos gustaría desempolvar. Es un hecho sociocultural que las mujeres eran educadas en casa, para permanecer en ella y para desempeñar un rol doméstico en el que usar el intelecto no era necesario según la valoración masculina. Sin embargo, a medida que recuperamos memoria de mujeres en la historia, entendemos que el papel intelectual de muchas mujeres ha sido de gran utilidad. Solo a modo de ejemplo, encontramos que en la etapa de la conquista el “oficio” de intérpretes es frecuente entre las mujeres indígenas y los conquistadores. Casos tan notorios como la Malinche o la india Catalina, apuntan a una especialización intelectual nada desdeñable.

Más allá del ámbito de lo cotidiano, me inspiran las obras de Cristina Morató que un día decidió escribir sobre grandes exploradoras, aventureras, excéntricas, mujeres todas ellas del pasado y la mayor parte olvidadas por la Historia. Pero como en un mundo de hombres, muchas veces solo pueden usarse sus propias mañas, ha habido numerosas mujeres que aceptaron el reto y decidieron utilizar los mismos recursos para encontrar su sitio. Empezando por vestirse como ellos.

 Lo de vestirse de hombre está en el ambiente y se remonta a la noche de los tiempos. En la mitología de las más variadas culturas hay una línea común en la que las diosas, cuando querían aparecer ante un mortal, preferían adoptar formas varoniles. El mismo adjetivo “varonil” para calificar a una mujer no era más que la expresión de un ideal femenino desde el Renacimiento hasta los tiempos de la Ilustración. Tenía el sentido de mujer valerosa, de mérito, inteligente y hasta constante en el amor, virtud reconocida como puramente masculina. En el teatro del siglo XVII se recurría con frecuencia al disfraz varonil de las actrices en escena, especialmente cuando se trataba de mujeres enamoradas o bien que por su arrojo van a la guerra como un hombre. Lope de Vega introduce a la mujer disfrazada de hombre por primera vez en el teatro español y fueron Calderón de la Barca y Tirso de Molina quienes lograron sacar las máximas posibilidades a esta caracterización. El personaje se escondía en ropas masculinas para defender su honor, seguir a su amante o defender a la patria. Y eso es, en principio lo que mueve a algunas mujeres reales a travestirse. También el mundo de la delincuencia atrae a féminas intrépidas y donde hacen su debut suele ser en el mar como piratas, aunque también se sentían atraídas por el mundo marinero en sí. Existe una obra muy curiosa para estudiar a las disfrazadas: La doncella quiso ser marinero. Travestismo femenino en Europa (siglos XVII-XVIII). Los autores, en un alarde de erudición, analizan hasta ciento diecinueve casos documentados entre 1550 y 1839 de mujeres que adoptaban la apariencia de hombre: “estas mujeres no fueron casos aislados, sino que formaron parte de una tradición de travestismo de la que eran plenamente conscientes”. Pensemos además, que debió haber numerosas mujeres que anónimamente llevaron su vida a término vestidas de hombre sin que nadie llegara a sospechar que no lo fueran y cuyo secreto se llevaron a la tumba.

debió haber numerosas mujeres que anónimamente llevaron su vida

 Mujeres piratas Las razones que llevaron a esas mujeres al travestismo no están muy claras, ya que la mayor parte de la información que nos ha llegado está sesgada pues suelen ser los testimonios de testigos en juicios contra ellas y en su mayoría se trata de mujeres de clase baja. Muchas de ellas solían travestirse para desempeñar oficios reservados a hombres y así ganarse el sustento que no podrían tener por su condición femenina. Sin esa posibilidad caían necesariamente en la prostitución. Casos de mujeres de clase social más acomodada disfrazadas se dan y por lo general para perseguir a su amado, enviado a la guerra o a matrimonios concertados. Otras veces, es una auténtica y entusiasta vocación patriótica. Lo que sí se constata es que el travestismo femenino estaba muy mal visto en las clases bajas e idealizado en las clases superiores. Mientras que éstas últimas eran heroínas, a las populares se las veía como mujeres peligrosas.

Hay casos documentados de mujeres que se travestían para delinquir. Se conoce el caso de una banda de travestidas extraordinariamente crueles. Parece que no hay matiz en cuanto al sexo cuando se trata de comportamientos violentos. Y hablando de sexo, hay autores que apuntan a que las mujeres disfrazadas escondían así su homosexualidad, para poder acercarse a otras mujeres sin levantar sospechas. Sin embargo, por los condicionamientos culturales y sociales, casi ninguna de las mujeres que se enamoraban de otras podía situar ni identificar esos sentimientos. De ahí que el cambio hacia lo masculino no era un simple engaño sino una consecuencia lógica ante la ausencia de un papel social para la lesbiana”. Más allá del aspecto sexual en estos comportamientos de féminas con carácter que se enfundan en atuendos masculinos, está el aspecto psicoanalítico de lo femenino, cuyo estudio detallado lo encontramos entre los fondos de la Biblioteca Hispánica en la obra “La Princesa Caballero”.

Disfrazadas notables encontramos en todos los países, desde la reina Cristina de Suecia, a las inglesas James Barry o JohnTaylor (Mary A. Talbot), la condesa austriaca Sarolta Vay, más conocida como Sandor Vay, las francesas George Sand, la arqueóloga Madame Dieulafoy o la italiana Tonina Marinello seguidora de Garibaldi, solo por nombrar algunas.

A finales del siglo XVI, Iberoamérica experimentó grandes transformaciones económicas, culturales y sociales gracias al movimiento de la riqueza en bruto de sus tierras y a la nueva era en el comercio y la industria. Hombres y mujeres se pusieron en movimiento desde Europa en busca de fortuna y sufrieron todos por igual los peligros. Y como en esa cacería de riqueza el género era un obstáculo, disfrazarse de hombre era la mejor opción. Los Anales de Potosí recogen información sobre dos jóvenes que durante 14 azarosos años viajaron por Perú. Su historia es conmovedora pues sólo vuelven a casa para bien morir y anunciar a sus familiares que seguían siendo vírgenes. Esa misma fuente da a conocer la historia de doña Clara, una mujer de gran belleza que, vestida de soldado luchó al lado de su hermano en las guerras entre vascos y castellanos. Reveló su identidad a punto de ser decapitada por el enemigo. Sin embargo, ningún relato puede competir con la historia de la “monja alférez”.

debió haber numerosas mujeres que anónimamente llevaron su vida 

Catalina de ErausoCatalina de Erauso, nacida en San Sebastián logró huir del convento donde sus familiares le habían hecho profesar a los cuatro años. Se vistió de hombre y aparece en las crónicas como participante activa en la colonización de América. A los 15 años se peleó con una de las monjas del convento y decidió que aquella vida no era para ella. Ideó un plan y haciéndose con una copia de la llave, un buen día escapó del claustro y se vió por primera vez en su vida sola en la calle. Lista era, con lo que pronto comprendió que vestida de hombre tenía muchas más posibilidades de salir adelante. No tenía más remedio que huir ya que no solo había deshonrado a su familia sino que la Inquisición podía llevarla a la hoguera. Así que emprendió viaje por caminos de Castilla, haciendo trabajos de paje y de escribano aquí y allá, hasta llegar a Sanlúcar de Barrameda, donde el ambiente de la soldadesca embarcándose hacia América la empuja a emprender la aventura de su vida. En su autobiografía escribe: “embarqué y partimos de Sanlúcar, lunes Santo, año de 1603”, con 22 años.

No era un “muchacho” tímido, para nada, más bien peleón y buscavidas. Robó dinero al capitán del barco (que a la sazón era su propio tío y que tampoco la reconoció) y se acomodó en Lima en la casa de un próspero mercader. Ese carácter pendenciero le llevó a la cárcel y logra salir de ella gracias a sus encantos de español barbilampiño. En Chile coincide por azares de la vida con su hermano, Miguel, con quien comparte casa sin darle a conocer su identidad y a quien verá morir en una reyerta. De Chile se marcha a Argentina llegando a Tucumán, ciudad ya floreciente donde le acosan las mujeres a las que teme más que a la batalla. Y así pasa su vida, luchando como rudo soldado por toda América.

Una mañana en Guamanga, puede que harta de su vida y del engaño en que vive, decide confesar su identidad a un obispo que debió quedar sin habla. Vuelve a tomar el hábito después de que el obispo, admirado de su valor le hiciera reconocer por dos matronas y se hubiera comprobado su virginidad. Pero le aburre esa vida de contemplación y utilizando un subterfugio, vuelve a la calle enfundada en un traje de marinero, se embarca y vuelve a España. En su autobiografía siempre se refiere a sí misma en femenino, a pesar de que cambiando sus ropas cambiaba también de maneras con la misma facilidad. Después de mucho caminar llega a Italia, en su deseo de ver al Papa. Urbano VIII no solo la recibe, sino que le permite seguir usando su atuendo de varón sin que se considere pecado aunque le recomienda no matar. Con su dispensa papal vuelve a España y se embarca hacia el Nuevo Mundo. Lo último que se sabe de ella fue registrado en 1645, en Veracruz. No se sabe exactamente cuándo y cómo murió. Pero lo que realmente importa es cómo vivió.

 Menos proyección internacional tuvo Ana María de Soto, nacida en la campiña cordobesa, que a finales del siglo XVIII y por razones desconocidas se lanza a la aventura del mar. Cambia su nombre por el de Antonio María, se pone ropa de hombre y se alista en la Marina Española. Nadie sospechó nunca de su verdadera identidad y vivió en el mar rodeada de marineros como uno más. Luchó cuatro años batallando entre los Infantes de Marina, entrando en Cádiz con ellos tras la derrota y sufriendo el cerco inglés a esta ciudad. Como se sabe muy poco de su vida, no están claros los motivos por los que tuvo que someterse a un reconocimiento médico y es ahí donde se descubrió que era mujer. Había pasado cinco años y cuatro meses en la Marina y aunque no le permitieron volver a la fragata, si se le reconocieron méritos y distinciones. Además, el Rey le concede sueldo y grado de sargento, “para que pueda atender a sus padres”.

Las noticias de mujeres que se echan a la mar con atuendo masculino son más numerosas, pero no todas tan ejemplares como las anteriores. En 1827, en plena trata de negros a gran escala en las Américas, sabemos de una mujer que trabaja a la sombra de un sinvergüenza notable llamado Benito de Soto, español, gallego, dedicado al negocio negrero en Buenos Aires. El pirata descubre el secreto de uno de sus marineros que en realidad es mujer (de la que no nos ha llegado el nombre) y que se gana su confianza a base de intuición y rapidez mental para perpetrar crímenes y robos.

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Otro caso excepcional es el de Enriqueta Faber, esta vez con la honrada profesión de médico. Al conocerse su verdadera identidad femenina, se produjo un escándalo enorme, seguramente fueron celos de hombres que no estaban a su altura como profesionales de la medicina. Nacida en la ciudad de Lausana (Suiza) en 1791, huérfana de muy pequeña, fue educada por su tío, militar, perteneciente a la baja nobleza. De muy joven concertó su matrimonio con un oficial de su regimiento al que siguió a las campañas en Alemania y al que vio morir en el campo de batalla. Viuda a los dieciocho años, para poder estudiar medicina en París se viste de hombre y se hace llamar Enrique. Con un brillante expediente académico, ingresa en el ejército de Napoleón como médico cirujano. Las campañas del Emperador de Francia la llevan a Rusia y más tarde a España donde es hecha prisionera. Cuando de vuelta en Paris, muere su único tío, sola y sin familia se va de Europa en busca de mejor fortuna en América. Durante un tiempo ejerció como cirujano en Fort Louis, en la isla de Guadalupe, y en 1819 queda documentado su desembarco en la isla de Cuba.

Solo pasa cinco años en Cuba, pero su fuerte personalidad, su altísimo nivel profesional y sobre todo su gran humanidad, que la hace atender a todo tipo de pacientes sin reparar en sus posibilidades económicas la dotan de una extraordinaria reputación. Sin embargo, el encorsetamiento de la sociedad decimonónica cubana la empuja a contraer matrimonio para no levantar sospechas. Escogió para ello a una paciente suya, enferma de tuberculosis, pobre y sin familia. La curó y en vista de su delicada salud le había prometido mantener solamente una buena amistad, sin las obligaciones del matrimonio. Pero con sus cuidados, la muchacha sanó por completo y le pidió compartir su vida como auténticos marido y mujer. Al descubrir que su marido no era tal, la denunció por impostora. El escándalo derrumbó todo el montaje de vida de esta excepcional mujer. En 1823 tuvo que pasar por una terrible humillación frente a sus compañeros médicos muchos de los cuales aprovecharon para desquitarse cruelmente por la envidia que despertaban sus éxitos profesionales. La condenaron a diez años de cárcel, aunque posteriormente le rebajaron la pena a cuatro cumpliendo la condena en un hospital de La Habana vestida de mujer y posteriormente deportada a Estados Unidos.

Se sabe que se estableció en Nueva Orleans, pero a partir de ahí no se sabe con exactitud qué fue de su vida. Algunos autores dicen  que se dedicó a la enfermería, que tomó los hábitos y que se convirtió en Sor Magdalena hasta que murió a los 65 años. Otros autores la sitúan en Veracruz en 1844, donde habría tomado los hábitos de las Hermanas de la Caridad de cuya congregación fundaría una filial en Guadalajara. Luego regresaría a Nueva Orleans y allí moriría en 1856. Qué más da cómo terminó sus días si su brillante carrera como cirujano quedó truncada brutalmente y su vida nunca llegaría a ser lo que ella había elegido que fuera. Todos los que se han acercado a estudiar la vida de Enriqueta Faber coinciden en describirla como una gran profesional, pacífica, bondadosa y sobre todo valiente.

debió haber numerosas mujeres que anónimamente llevaron su vida

Luisa Capetillo Tanto ella como la “monja alférez” han inspirado novelas y diferentes versiones literarias y ensayos sobre sus andanzas. Y es de entender esa atracción por estudiar sus vidas porque nos dan idea las trabas sociales a las mujeres y nos permiten indagar en el orden simbólico de sus actitudes para sobrevivir. De luchar con su indumentaria para figurar en el espacio público reservado solo a los hombres. Derivaciones más o menos atrevidas de esos disfraces totales son las primeras manifestaciones de masculinidad en la indumentaria femenina, ya a principios de siglo. Encontramos el caso de Luisa Capetillo Luisa, anarquista puertorriqueña, pionera en su país del feminismo y el sindicalismo. Se distinguió como intelectual, escritora, periodista y líder obrera. Nacida en 1879, provocadora y defensa acérrima de los derechos de las mujeres, vestía pantalones y por andar por la calle con pantalones fue acusada de escándalo y expulsada de La Habana en 1915.

Para desafiar, pues, el poder patriarcal ejercido por los hombres, vestirse como ellos no ha sido una excentricidad para muchas mujeres. Según la investigadora estadounidense Alison Lurie, la causa auténtica debemos buscarla en el significado que ha tenido el vestido masculino como icono del poder en el referente externo del dominio físico y social otorgados a los varones.

¡Ay si las mujeres mandasen!


BIBLIOGRAFÍA en la Biblioteca Hispánica

La Princesa Caballero. Teresa Bustos editora. Santiago de Chile: LOM, 2000. – Signatura 0B-45093

González Pagés, Julio César. Por andar vestida de hombre. La Habana: Editorial de la Mujer, 2012. – Signatura 4B-18144

Enriqueta Faber: travestismo, documentos e historia. James J. Pancrazio, edición, introducción y notas. Madrid: Verbum, 2008. – Signatura 0A-17009

Erauso, Catalina de. Historia de la Monja Alférez, Catalina de Erauso, contada por ella misma / edición de Ángel Esteban. Madrid : Cátedra, 2008.- Signatura 0A-16815

Quincey, Thomas de. La Monja Alférez. Valencia: Pre-Textos, 2006.- Signatura 0A-16816

Gallardo, Juanita. Confesiones de la Monja Alférez. Santiago de Chile: Seix Barral, 2005. – Signatura 2B-91703

Ibañez, Ricard La Monja Alférez. Barcelona: Devir, 2004.- Signatura 2B-79334

Castillo Lara, Lucas Guillermo. La asombrosa historia de doña Catalina de Erauso, la monja alférez, y sus prodigiosas aventuras en Indias: (1602-1624) Caracas: Planeta, 1992.- Signatura 1B-54526

Urbina Joiro, Hernán. Entre las huellas de la India Catalina. Cartagena: Academia de la Historia de Cartagena de Indias, 2006. – Signatura 0B-29559

Galvez, Lucia. Mujeres de la conquista. Buenos Aires: Planeta,1990.- Signatura 1B-42414

Musnik, Henry. Las mujeres piratas : aventuras y leyendas del mar. Sevilla : Renacimiento,2007.- Signatura 0B-39989

Henderson, James D. y Roddy Henderson, Linda. Diez mujeres notables en la historia de América Latina. Bogotá : Aguilar, 2003.- Signatura 2B-95097

Puglisi, Alfio A. Faldas a bordo. Buenos Aires: Instituto de Publicaciones Navales del Centro Naval, 2006.- Signatura 0B-34959

Comentarios

2 comentarios en “¡Si las mujeres mandasen!

  1. ¡Muchas gracias por recomendar nuestro post! Está muy relacionado, en efecto, con la temática expuesta.

    Publicado por Estíbaliz Hernández Marquínez | 23 de noviembre de 2015, 11:45 am

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